La historia de Judah
Como sabemos, hay decisiones que se deben tomar después del nacimiento de un bebé: cuándo pinzar el cordón, la pomada para los ojos, la vacuna contra la hepatitis B y la inyección de vitamina K, por mencionar algunas.
Judah nació el 15 de julio del 2011. Mi partera me preguntó si quería que le aplicaran la inyección de vitamina K. Le dije que no. Por un breve momento, me encontré dudando. Chad estaba ocupado afuera de nuestra habitación así que no tuve tiempo de confirmar con él si todavía esa era nuestra decisión. Dejé de lado mis dudas y me apegué a la respuesta que habíamos elegido para nuestros cinco hijos anteriores. A ninguno de ellos les habían aplicado la inyección y todos habían estado bien… ¿Por qué estaba dudando? Hasta la llegada de Judah, mis hijos habían sido TAN tan saludables… Le agradezco a Dios por la salud de todos ellos y veo qué fácil la había dado por sentada. Nunca habíamos necesitado un antibiótico en aquellos 10 años anteriores a Judah. Jamás tuvimos infecciones de oído ni nada más que un resfriado común o una gripe estacional. En diez años, quizás usamos Tylenol 5 veces en total. Realmente había subestimado cuán sanos habíamos estado. Y mi justificación continuaba… Yo sabía que no tenía los típicos factores de riesgo… Mi parto había sido tranquilo, sin complicaciones… En ese momento ni siquiera me acordé de todas las razones por las que habíamos decidido que no se le aplicara la inyección. Sabía que, en su momento, cuando tuve a Josiah, se especulaba que la inyección de vitamina K estaba vinculada a la leucemia infantil (lo cual ya se ha comprobado que es falso). No hice un buen trabajo a la hora de investigar los pros y los contras de esta inyección, y mucho menos a la hora de rezar sobre la decisión. No pensé que habría siquiera la más mínima posibilidad de que algo malo sucediera debido a esa elección. Ciertamente, ni se nos ocurrió la posibilidad de una hemorragia cerebral.
Pero, el 20 de agosto del 2011, la vida que nuestra familia de 8 miembros conocía hasta entonces cambió dramáticamente. Nuestro hijo, Judah Forrest James, tenía 5 semanas de vida. Estas primeras cinco semanas habían sido “normales”. Había nacido a término. Yo había tenido un gran embarazo y el nacimiento fue hermoso. Sin embargo, este día en particular pensamos que Judah tenía gripe estomacal. Había vomitado varias veces. Para cuando nuestros otros hijos se fueron a dormir, Judah parecía muy letárgico. Tratamos de despertarlo para que comiera… pero no lo conseguimos. Estaba “demasiado soñoliento”. Después de llamar a la partera para que nos aconsejara, empezamos a empacar nuestras cosas para irnos al hospital. Yo estaba en la cocina, buscando lo que necesitaba para la bolsa de pañales. Chad estaba en nuestra habitación, cambiándole el pañal a Judah. De repente, lo escuché gritar: “¡¡¡JUDAH!!! ¡¡¡JUDAH!!! ¡¡¡Vamos, mi chiquito!!! ¡¡¡Krista!!! ¡¡¡LLAMA al 911!!! Judah tuvo una convulsión y paró de respirar… Una llamada al 911, el traslado al Lakeland Regional Hospital, un torbellino de pruebas, otro traslado al Tampa General Hospital, y una operación para colocar una fístula temporal en el cerebro de Judah… Esto evidentemente no era una gripe estomacal…
Judah sufrió dos hemorragias cerebrales cuya causa se cree que fue un sangrado por deficiencia de vitamina K, también conocido como enfermedad hemorrágica del recién nacido de aparición tardía. Estamos agradecidos de que pudieron encontrar respuestas y determinar la causa, pero esas noticias llegaron con una punzada. “Si le hubieran puesto la inyección al bebé, probablemente esto nunca no le habría pasado…” Estas palabras se repetirían en mi mente cientos y cientos de veces.